DE LA VISIÓN
Hay una visión que me ronda,
se acerca y se aleja,
a veces me acecha,
otras, sigue los pasos rituales, exactos,
de un cortejo amoroso.
Por momentos me permite sentir,
palpar, su dinámica de volcán en erupción,
entrar en ella, recorrerla, temiendo que algo desconocido,
algo cruel y tremendo se apodere de mi.
No es eso lo que sucede.
Para mi regocijo descubro que
una alegría liviana y calma brota de mis profundidades.
Esos son tiempos de plenitud,
tiempos en los que un sentimiento circular
de ser parte de la totalidad, lo abarca todo.
Esos son los tiempos de la comprensión serena
en los que la existencia fluye mansa,
en los que no se puede, no importa, delimitar un adentro de un afuera,
lo alto de lo bajo, el sentimiento de la razón.
Tiempos de saciedad y descanso,
en los que el trabajo transcurre en el centro de la quietud,
mientras nuestra mirada penetra lo atemporal,
accede a distancias imposibles
ubicadas más allá del bien y del mal,
y más acá también.
Un acá, incrustado en la piel curtida que rodea esa figura
que vemos en el espejo cada mañana.
Esa figura que a veces reconocemos
y otras nos sobresalta, nos inquieta
transformada en un desconocido que nos mira,
que nos devuelve un aire enrarecido de lejanías,
de presencias y de ausencias innombrables.
Esa mirada que no es nuestra ni de nadie,
que marca un estado del ser, un cierto lugar.
Mirada que no empuja. No lo hace porque no tiene planes.
No espera nada. Se ha curado de eso.
Ha dejado que caiga de ella todo asombro, toda expectativa
toda sombra que la aleje de la visión.
El que mira así, simplemente esta allí,
siendo una presencia entre otras,
una forma de vibración, un tono,
uno más entre la totalidad de los sonidos posibles.
Ella es fruto del tiempo de la plenitud.
Cuando nos apartamos de ese estado,
cuando las exigencias de lo cotidiano nos atrapa
y tenemos que encarnar en ese que indica la cedula de identidad,
lo hacemos como quien se amputa el cuerpo de la mujer amada.
Entonces, acechados por desazones e incertidumbres,
quedamos a merced de las infinitas caras de las apariencias,
esos fantasmas huecos que empujan hacia el sendero de los amores frustrados.
Esos parásitos chupadores, que se alimentan
de cuerpos hundidos en el sinsentido,
cuerpos lanzados a una búsqueda sin destino.
Fantasmas que gritan que hay visión y que hay visionario,
sin saber, sin poder llagar a sospechar ni a comprender,
que en el tiempo de la visión, todo es una y la misma cosa.
¿Quien será capaz de ayudar a lo humano a salir de semejante laberinto?
Necesitamos decir una primera cosa,
todo lo que se haga para escapar de ese estado,
de esa forma de ser y estar partido,
de ese dolor de amante contrariado.
Todo lo que tienda a oponerse,
a luchar contra esas formas degradadas de la existencia,
que aparta de cumbres y abismos,
de toda conmoción.
Esa forma suicida de evitar las intensidades,
será tiempo definitivamente muerto. Perdido.
El camino es muy otro.
Esta allí, al alcance de la mano,
se trata de la entrega,
ella nos guiará hacia la comprensión profunda,
hacia la certeza de que el presente lo es todo. ¡Todo!
Entonces el desgarro y el dolor quedarán atrás,
lo humano se habrá curado de su última equivocación,
la sensación tremenda, ese desgarro de sentirse separado.
Recién entonces, verdaderamente, toda otra vida será posible.
Enrique Tosto 4.- 11.- 2006.
revisado 1 - 02 - 08.