Que cuando mi mano se estire
a tientas, cargada de modorras y sueños,
la encuentre a ella, allí, tendida junto a mi.
Tendida como un mundo que reposa,
como un mar, como una bestia voraz
con la que hemos combatido hasta el agotamiento,
hasta los extremos de nuestras fuerzas,
y sin embargo, ninguno ha resultado vencido.
Que cuando mi mano se estire,
choque contra ella, contra su piel
que aun guarda las marcas de mis mordiscos
los rayones que le causaron mis uñas
y todo ese sudor compartido,
y todo ese calor que brota de ambos
como si fuéramos el fondo de un volcán.
Que cuando mi mano se estire
y ella se erice con su contacto
su cuerpo se abra nuevamente al mío
y que yo tenga la fuerza y la valentía
para entregarme una vez más a sus besos,
a sus rugidos, a ese dejarla tomarse de mi,
incrustándose, penetrándome múltiple,
con su aliento de oscuridades, desgarrando,
astillando, afiebrando, haciendo temblequear
ese pequeño ser en el que me convierto
cada vez que la penetro y me estiro y me pierdo en ella.
Me pierdo, me transformo en parte de ella,
juntos generamos ese otro ser, extraño, inasible.
Otro ser
con una dinámica propia que va mucho más allá
de nuestras voluntades,
de nuestras posibilidades.
Va más allá
y nos arrastra,
nos revuelca,
nos deja exhaustos
tirados allí, al borde de no se sabe
que vacío, que desgracia o desesperación.
Difícil de soportar el momento,
de las cumbres más altas,
más enardecidas, plenas, imposibles.
Difícil de soportar la caída,
la rodada posterior, la separación,
esa forma de perdernos, de no saber quienes somos,
de vagar extraviados en mundos de ensueños.
Esa pequeña muerte que nos redime de nuestra estupidez,
de nuestras cobardías, esos pequeños temores.
Pero la vida insiste
y nosotros somos la vida,
nosotros somos latido de su latido,
cuerpo de su cuerpo, por eso,
cuanto más nos entregamos el uno al otro,
más y más crecemos,
más y más nos embellecemos.
Nosotros somos la vida,
dos desenfrenados creadores de hogueras,
quemando, arrasando todos y cada uno de nuestros
límites, miedos, prejuicios, errores, horrores.
Que cuando mi mano se estire
y se tope con la de ella que me había abofeteado
un momento antes de abrir muy grandes los ojos,
de clavar en mi esas pupilas en las que me vi
con cara de loco, de desesperado, de enamorado o de todo eso,
que seguramente quiere decir lo mismo,
todo lo que se pueda querer y no querer decir.
Que tengamos aun fuerzas para reírnos de nuestra pequeñez
y que podamos seguir adelante, agazapados,
arrastrándonos el uno hacia el otro.
Acechándonos como quien busca la muerte
pero no es a la muerte a quien buscamos
sino a la vida, a toda esa vida
que late en nuestros cuerpos
por que es la vida la que estira nuestras manos,
es la vida la que nos empuja
y nos lleva inexorable hacia el encuentro.
Es a ella a quien le canto
a toda esa vida,
a todo ese torrente imparable
que nos arrasa
y nos pierde
y nos sacude
y nos redime, cada vez.
Todas y cada una de las veces.
Enrique Tosto 28.- 10.- 2006
1 comment:
No ahorres vida, disfuta cada día.
Cariños
Carolina
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