Ayer estuve en mi río,
me entregue a sus aguas,
a su corriente que va buscando
las nostalgias saladas de la mar.
Me zambullí en el marrón de esa tierra
que no se cansa de bajar y bajar.
Estuve, estuvimos sentados a la sombra
de los cipreses, de las casuarinas.
estuvimos allí viendo la vida transcurriendo
tranquila, mansa.
La vida era el río,
nosotros éramos la vida, el río
y el sol y la brisa en las ramas de los árboles.
Fuimos regresando tarde, despacito,
sin deseos de irnos, con cierta morosidad
en cada uno de los movimientos,
en cada una de las maniobras que debía realizar
para que la lancha me obedeciera.
Casi no había gente, ni otras embarcaciones.
Íbamos en silencio, con el sol recostándose, en fuga.
El motor bramando, sereno, firme.
Repentinamente un ruido, el golpe de algo contra el agua
y una ola que se extiende sobre nuestras cabezas
y nos sorprende y nos empapa.
Entonces los vi eran dos jóvenes en una moto de agua.
La moto se fue hacia un lado, hacia otro,
el que manejaba tuvo que hacer un esfuerzo para controlarla.
Ambos nos miraron a los ojos antes de salir disparados,
derecho hacia adelante,
derecho hasta que se perdieron a toda velocidad
rumbo a un arroyo más angosto.
Recién después que de ellos quedo solo una estela en el agua,
comprendí que se trataba de la muerte,
ella era quien se había echo presente.
Esa transformadora,
esa apasionada por las intensidades,
esa que avanza ebria de sangre y explosiones
en medio de la estupidez humana,
quiero decir, en medio de la batalla.
La muerte, esa que nos muestra la última luz,
el último secreto imposible de transmitir.
En mi cuerpo había quedado toda la sensación,
toda la electricidad de aquella vivencia.
Podía recrear o imaginar lo que había sucedido,
ellos venían detrás nuestro, lejos,
disparados sobre su moto de agua,
tejiendo quien sabe qué ensueños,
persiguiendo o escapando, vaya a saber uno, de qué sortilegios.
Una cosa es segura, iban distraídos,
cuando nos vieron ya estaban a punto de chocarnos,
entonces la esquivada brusca, el golpe en el agua
y nuestra sorpresa y aquél chaparrón cayendo sobre nosotros.
Miré el río, en el seguía fluyendo la vida,
no me hizo falta indagarme para saberlo,
no estoy dispuesto a entregarme a ese sueño, a ese regreso.
Me falta, todavía, vivir el siguiente gran amor,
hacia allí voy, por la vida, por el río,
por toda la vida y todos los ríos que me quedan por delante.
Será ella la que se tendrá que ocupar de alcanzarme,
no pienso facilitarle sus cosas,
ya se que ella no me pedirá mi opinión,
pero, si de algo vale y creo que vale,
deberá arrebatarme de los brazos de un gran amor.
¿Después?
¿Que importa del después?
Enrique Tosto 14.- 11.- 2006.
4 comments:
TU RIO... MI RIO... EL DE TODOS... EL DE NADIE... ES NUESTRO... LO SERA ACASO?... PARA QUE PREGUNTARME ESTO... Y PORQUE LO ESTOY HACIENDO...PUES TAMPOCO CORRESPODE....DEJALO ANDAR,POETA,SOÑADOR,DE AGUAS PROFUNDAS ...DE LAS RIVERAS... DE LOS SAUCES... GRACIAS,POR ESCRIBIR ESTO... LA VIDA,YO LA HORO ,A CADA INSTANTE....ESPERA...AFUERA... Y LAS COMPUERTAS,DEL RIO ESTAN ABIERTAS...LAS ESCLUSAS...NO SON EXCUSAS...SOLO DESAFIOS.... VALENTIA...!!!SOLO VALENTIA...!!!! SE NECESITA.... DESPUES QUE IMPORTA???...INSPIRA.TU POESIA INSPIRA.DESPIERTA.LATE....ESTA VIVA.OOOOLEE!!! PAISANO...DEL DELTA...
Hola Enrique:
He leido tu último poema. Para mí lo que escribes son más bien prosas poéticas, porque los sentimientos surgen del relato. Me hizo acordar a un poema, terrible, de César Vallejo sobre los heraldos negros que nos manda la muerte, pueden aparecer en los lugares menos esperados, hasta en el apacible entorno del Delta y con los aspectos más simples, necios o casuales como los muchachos que se aturden de velocidad.
La diferencia entre el poema de Vallejo y el tuyo es que él termina dicendo: "todo lo vivido se empoza como un charco de culpa en la mirada" en cambio vos conluís celebrando la vida. Qué diferencia!!
Un saludo desde una tarde de "foschia" lombarda.
Mela
Renfe, miércoles 15 de noviembre, 2006
Da igual…importa…
La estación,
Era otoñal, y los trenes muy veloces…
En el andén, Vida y yo,
Estábamos…
Y nadie más que el palmeral,
sacudiendo su melena,
rozaba mi costado izquierdo…
allí, estabas.
Mirabas, con que furiosa prisa…
Los trenes pasaban…
Creías que desde ese extraño y metálico zumbido
… por las aceradas durmientes,
los rieles , como hilos
en cualquier momento
soltarían amarras
me tomaste, los latidos,
mis pulsaciones,
habían aumentado …
Seguías a mi lado…
Ahora temblabas, ya , por mi costado derecho…
Veíamos los dos , allí parados
Pasar desde el andén,
Silenciosos,
Los dos, veloces trenes…
Me miras, me sonríes,
Me adivinas,
Interrogándote a ti mismo,
Confundido…
…en esa estación otoñal…en Murcia.
Me invitas a subir
¿Y…cuál es el destino?
…¿la próxima parada…?
- Tiene acaso prisa el que tomamos?
¡No lo sé…Vida y yo…!
¡Qué más da, da igual…!
- ¿Te importaría, esperar el siguiente?
- ¿Va este, por atajos?
Dos pueblos misteriosos,
Con noches de fantasmas…de ratones colorados…
- No puedo saberlo TODO…ANTES …
- ¿Sabés Vida, Yo te sigo…
Aunque tenga que buscar otros oráculos,
-Yo voy contigo, soy alegre…
en este viaje de ida…
No he comprado todavía, el billete de regreso…
Sólo pretendo seguir…viaje…Vida…
Alcánzame de tu luz, el derrotero.
Tras, los translúcidos cristales,
De unas ventanillas,
Un nuevo paisaje,
Cada día…amaneciendo Vida…CONTIGO…¡QUE NO ES POCO!
En compañía, vida, la esencia mía, la esencia mía te pertenece.
Como a mí, el verde follaje de mi selva,
Reflejándose,
Cual majestuosas catedrales,
En tu río, el mío, el nuestro…
…fluyendo…
Fluye…Vida…sólo fluye…
CIBELES
Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
CESAR VALLEJO
10 de noviembre de 1937
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